lunes, 5 de noviembre de 2007

Montoneros

Orígenes, ideología y fundadores

Las raíces tempranas del movimiento se pueden encontrar en la década del 60, en la confluencia de militantes del movimiento nacionalista estudiantil Tacuara, la Agrupación de Estudios Sociales de Santa Fe, y el integrismo de las provincias de Buenos Aires, Santa Fe y Córdoba.

Desde dichas vertientes se perfilan grupos que luego se afianzarían junto a la militancia católica de jóvenes pertenecientes a clases medias y altas, cuyo órgano de prensa aglutinante era la revista Cristianismo y Revolución, dirigida por Juan García Elorrio. A partir de allí se conforma el Comando Camilo Torres, el cual, junto al grupo conducido por José Sabino Navarro, pueden considerarse las células iniciales de Montoneros.

Hacia fines de la década del 60 fueron organizándose políticamente junto al peronismo revolucionario, de neto perfil populista y anti-norteamericano, en tanto que su ideología se iba estructurando con una poco clara mezcla de la doctrina peronista, con elementos del marxismo latinoamericano revolucionario provenientes del Che Guevara y de Fidel Castro, recibiendo además fuertes influencias católicas desde el Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo. Varios fundadores de lo que luego se transformaría en una organización armada se conocieron cuando eran seguidores del sacerdote tercermundista Carlos Mugica.

Autodefinidos en sus comienzos como una vanguardia armada nacionalista, católica y peronista, y utilizando consignas tales como "Perón o muerte", Montoneros se asume como organización político militar en la provincia de Buenos Aires, y es encabezada por Fernando Abal Medina, Carlos Gustavo Ramus, José Sabino Navarro, Emilio Maza, Carlos Capuano Martínez, Norma Arrostito, Mario Firmenich, entre otros.

Posteriormente, otros dirigentes notorios fueron Julio Roqué, Dardo Cabo, Marcos Osatinsky, Roberto Quieto, Horacio Mendizábal, Raúl Yaguer, Roberto Perdía, Fernando Vaca Narvaja, Rodolfo Galimberti, algunos de ellos provenientes de la organización Descamisados y otros de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR, una organización armada peronista similar, pero de bases más definidas hacia el marxismo, que se fusionó con Montoneros en octubre de 1973).

El 7 de Septiembre de 1970 en William Morris, provincia de Buenos Aires, murieron en combate Fernando Abal Medina y Carlos Gustavo Ramus. Desde entonces, la militancia que adscribe al sector de izquierda peronista conmemora esa fecha como el "Día del Montonero".

Los pasos previos: Vandor

El 30 de junio de 1969 en la sede de la Unión Obrera Metalúrgica, en la calle La Rioja 1945 de la Capital Federal, fue asesinado Augusto Timoteo Vandor por un grupo comando que se identificó mediante un "Parte de guerra" como "Ejército Nacional Revolucionario". Este grupo estaba integrado por varios de los cuadros combatientes de lo que luego fue la organización Montoneros. Participaron de la operación: Carlos Caride, Rodolfo Walsh, Horacio "el Lauchón" Mendizábal y Dardo Cabo entre los más notorios. En realidad, este comando fue inicialmente el germen de una organización político militar denominada "Descamisados", conducida por Caride, Mendizabal, De Gregorio, Norberto Habegger, entre otros, que en 1972 se disuelve y se integra a Montoneros. Dardo Cabo reconoció públicamente que él había confeccionado los planos de la UOM para la operación, y que Rodolfo Walsh había hecho la planificación de la misma

" Aramburazo"

Mario Firmenich y Norma Arrostito cuentan cómo murió Aramburu

Este artículo es la transcripción del que fuera publicado como nota principal, el 3 de septiembre de 1974 en la revista La causa peronista. Carece de Copyright y se considera de dominio público desde la desaparición de la editorial responsable de la mencionada publicación. El relato realizado por dos de sus principales protagonistas constituye un documento histórico de singular importancia para el estudio de la violencia armada desatada en Argentina en la década del 70.

Introducción

El 29 de mayo de 1970 las radios de todo el país interrumpieron su programación para dar cuenta de una noticia que poco después conmovería al país. "Habría sido secuestrado el Teniente General Pedro Eugenio Aramburu".

Era la una y media de la tarde. Esquivando puestos policiales y evitando caminos transitados, una pick up Gladiator avanzaba desde hacia cuatro horas rumbo a Timote.

En la caja, escondido tras una carga de fardos de pasto, viajaba el "fusilador" de Valle escoltado por dos jóvenes peronistas. Lo habían ido a buscar a su propia casa. Lo habían sacado a pleno día, en pleno centro de la Capital y lo habían detenido en nombre del pueblo.

Uno de los jóvenes peronistas tenía a mano un cuchillo de combate, ante cualquier eventualidad, ante la posibilidad de una trampa policial, ante la certeza de no poder escapar de un cerco o una pinza, iba a eliminar al jefe de la Libertadora. Aunque después cayeran todos. Así se había decidido desde el principio". El "fusilador" tenía que pagar sus culpas a la justicia del pueblo.

Era el 29 de mayo de 1970. El día en que el Onganiato festejaba por última vez el Día del Ejército. El día en que el pueblo festejaba el primer aniversario del Cordobazo. Habían nacido los Montoneros. El "Aramburazo", como lo bautizó el pueblo, que jamás tuvo dudas respecto de los autores del operativo, fue el lanzamiento público de una organización político militar que habría de transformarse, en poco tiempo en ejemplo y bandera del peronismo, en la máxima expresión de la lucha del pueblo contra el imperialismo y todos sus aliados y sirvientes nativos.

En este primer operativo firmado, llevado a cabo por un grupo de combatientes muy jóvenes, en absoluta precariedad de medios y contra un enemigo que, entonces, parecía todopoderoso. Montoneros definió su proyecto y mostró un camino. El "Aramburazo" logró, en ese sentido, la mayoría de sus objetivos.

El primer objetivo del "Operativo Pindapoy", como lo bautizaron en un principio los Montoneros era el lanzamiento público de la Organización, se cumplió con éxito. En cuestión de horas, días cuanto más, todos los argentinos supieron que las luchas peronistas, las de la Resistencia; las del Plan de Lucha, la de los Uturuncos y toda las expresiones combativas del peronismo, se habían sintetizado en un grupo de jóvenes dispuestos a triunfar o morir por su pueblo. Esto lo supieron los gorilas de quince años atrás y los gorilas de entonces. Y lo supo también la clase trabajadora, la que siempre había creado nuevas formas de lucha contra cada nueva estrategia imperialista, la que había dado su ejemplo a estos Montoneros que ahora avanzaban un paso más en la guerra: tomaban las armas hasta sus últimas consecuencias.

El segundo objetivo era ejercer la justicia revolucionaria contra el más inteligente de los cabecillas de la Libertadora. Porque si Rojas fue la figura más acabada del gorilismo, Pedro Eugenio Aramburu fue, en cambio, su cerebro y artífice. En Aramburu, el pueblo había sintetizado al antipueblo. El vasco era responsable directo de los bombardeos a la Plaza de Mayo, de las persecuciones y las torturas. Aramburu era culpable directo, además, del fusilamiento de 27 patriotas durante la represión brutal de Junio del 56. Sobre él ejerció Montoneros la justicia de ese pueblo.

Por primera vez el pueblo podía sentar a un cipayo en el banquillo y juzgarlo y condenarlo. Eso hizo Montoneros en Timote: mostró al pueblo que, más allá de las trampas, las argucias legales y los códigos para reprimir a los trabajadores, había un camino hacia la Verdadera Justicia, la que nace de la voluntad de un pueblo. Aramburu fue, además, culpable de un delito que a los peronistas los había herido e indignado como pocas veces se indignó este pueblo. Aramburu había sido el artífice del robo y desaparición del cadáver de la compañera Evita. El pueblo lo sabía. Por esa intuición que lo caracteriza, el pueblo sabía, sin tener que preguntarle a nadie, que Aramburu era culpable de ese robo y de la mutilación del cuerpo de la Abanderada de los Trabajadores. Su recuperación, uno de los objetivos fundamentales del Aramburazo, no se pudo lograr. La negativa del "fusilador" a confesar, amparándose en un pacto "de honor" con otros gorilas, impidió que Montoneros supiera exactamente el paradero del cuerpo.

El último objetivo del Aramburazo se inscribía en la situación política que vivía el país en aquel momento.Aramburu conspiraba contra Onganía. Pero el proyecto de Aramburu para reemplazar el régimen corporativista de Onganía era políticamente más peligroso. Aramburu se proponía lo que luego se llamó el Gran Acuerdo Nacional, la integración del peronismo al sistema liberal a través de "peronistas" de la calaña de Paladino, Coria y todos los burócratas y participacionistas. Aramburu, que fragoteaba con varios generales en actividad, había superado hacía mucho la torpeza gorila del 55 en materia política. En 1970 era un agente hábil del Imperialismo, un hombre que intenta vaciar al peronismo de contenido popular, en una maniobra eleccionaria de trampa. Usar al "peronismo de corbata" y a los traidores que aparecían como dirigentes para aniquilar al Movimiento, para aislar definitivamente al General de los peronistas. No le hubiera resultado muy difícil "engrupir a la gilada", ofreciendo el olvido de viejos rencores, el mea culpa por los muertos, la negociación de los restos de Evita. En fin, todo lo que intentó Lanusse tres años después y que desbarató el pueblo. Pero en un momento en que las fuerzas del peronismo estaban lejos de ser óptimas. Y este objetivo también lo logró Montoneros. La dictadura tuvo que esperar dos años para intentar la trampa. Para entonces aquel reducido grupo era una organización poderosa. Y sus cantos de guerra ya no eran las lagrimas de algún viejo peronista emocionado por el acto de justicia histórica de "los muchachos de la guerrilla" ahora la voz de las multitudes que enfrentaban al régimen en todos los frentes de batalla con las banderas de todos los jóvenes que, un 29 de mayo, se largaron al todo o nada para enseñarle al imperialismo como contraataca y cómo golpea el pueblo a medida que se va organizando en la lucha.

Preparativos previos

MARIO: El ajusticiamiento de Aramburu era un viejo sueño nuestro. Concebimos la operación a comienzos de 1969. Había de por medio un principio de justicia popular -una reparación por los asesinatos de junio del 56-, pero además queríamos recuperar el cadáver de Evita, que Aramburu había hecho desaparecer.

Pero hubo que dejar transcurrir el tiempo, porque aún no teníamos formado el grupo operativo. Entre tanto, trabajábamos en silencio: le ejecución de Aramburu debía significar precisamente la aparición pública de le organización.

A fines del 69 pensamos que ya ere posible encarar el operativo. A los móviles iniciales, se había sumado en el transcurso de ese año le conspiración golpista que encabezaba Aramburu para dar una solución de recambio al régimen militar, debilitado tras el cordobazo.

Por la Importancia política del hecho, por el significado que atribuíamos a nuestra propia aparición, fuimos a la operación con el criterio de todo o nada. El grupo Inicial de Montoneros se juega a cara o ceca en ese hecho.

ARROSTITO: Toda la "organización" éramos doce personas, entre los de Buenos Aires y los de Córdoba. En el operativo jugamos diez.

Lo empezamos a fichar a comienzos del 70, sin mayor información. Para sacar direcciones, nombres, fotos, fuimos a las colecciones de los diarios, principalmente de La Prensa. En una revista, Fernando encontró fotos interiores del departamento de la calle Montevideo. Eso nos dio una idea de cómo podían ser las cosas adentro.

MARIO: Pero dedicamos el máximo esfuerzo al fichaje externo. El edificio donde él vivía está frente al colegio Champagnat, y averiguamos que en el primer piso - de ese colegio - había una sala de lectura o una biblioteca. Entonces nos colamos y fuimos a leer ahí. El que inauguró el método fue Fernando, que era bastante desfachatado. Más que leer, mirábamos por la ventana. Nos quedábamos por periodos cortos, media hora, una hora.

Nunca nadie nos preguntó nada.

ARROSTITO: Allí lo vimos por primera vez, de cerca. Solía salir alrededor de las once de la mañana, a veces antes, a veces después, a veces no salía. Lo vimos tres veces desde el Champagnat.

Después fichamos desde la esquina de Santa Fe, en forma rotativa. Llegamos a hacer relevos cada cinco minutos. Teníamos que hacer así porque en esa esquina había un cabo de consigna, uno rubio, gordito, y no queríamos llamar la atención.

MARIO: A medida que chequeábamos, fuimos variando el modelo operativo. La primera idea había sido levantarlo por la calle cuando salía a caminar. Pensábamos llevar uno de esos autos con cortina en la luneta y tapar las ventanillas con un traje a cada lado. Le dimos muchas vueltas a la idea hasta que la descartamos y resolvimos entrar y sacarlo directamente del octavo piso.

Para eso hacía falta una buena "llave". La mejor excusa era presentarse como oficiales del Ejército. El Gordo Maza y otro compañero habían sido liceístas, conocían el comportamiento de los militares. Al Gordo Maza incluso le gustaba, era bastante milico, y le empezó a enseñar a Fernando los movimientos y las órdenes. Ensayaban juntos.

ARROSTITO: Compraron parte de la ropa en la casa Isola, una sastrería militar en la Avenida de Mayo, al lado de Casa Muñoz. Fernando Abal tenía 23 años, Ramus y Firmenich 22, Capuano Martínez, 21. Cortándose el pelo pasaban por colimbas. Así que allí compramos las insignias, las gorras, los pantalones, las medias, las corbatas. Para comprar algunas cosas, hasta se hicieron pasar por boy-scout. Un oficial retirado peronista donó su uniforme: simpatizaba con nosotros, aunque no sabía para qué lo íbamos a usar. El problema es que a Fernando le quedaba enorme. Tuve que hacer de costurera, amoldárselo al cuerpo. La gorra la tiramos -era un gorrón- le bailaba en la cabeza pero usamos la chaquetilla y las insignias.

Cómo entramos

MARIO: Una cosa que nos llamó la atención es que Aramburu no tenía custodia, por lo menos afuera. Después se dijo que el ministro Imaz se la había retirado pocos días antes del secuestro, pero no es cierto. En los cinco meses que estuvimos chequeando, no vimos custodia exterior ni ronda de patrulleros. Solamente el portero tenía pinta de cana, un morocho corpulento.

A alguien se le ocurrió: Si no tenía custodia, ¿Por qué no íbamos a ofrecérsela? Era absurdo, pero esa fue la excusa que usamos.

Justo en esos días que la operación iba tomando forma, a alguien se le ocurre arreglar la calle Montevideo, una de esas reparaciones de luz o de gas que siempre están haciendo; vaya a saber. Lo cierto es que rompieron media calle, justo del lado de su casa y nosotros teníamos que poner la contención ahí.

Era un problema. Pensamos cortar la calle con uno de esos letreros que dicen "En reparación", "Hombres trabajando". Pero lo descartamos.

Después nos fijamos que el garaje del Champagnat daba justo frente a la puerta del edificio y que en dirección a Charcas había otro garaje, y que ahí el pavimento no estaba roto. Entonces la contención iba a estar ahí: un coche sobre la vereda del Champagnat, el otro en el garaje.

La hora señalada

MARIO: La planificación final la hicimos en la casa de Munro donde vivíamos Capuano, Martínez y yo. Allí pintamos con aerosol la pick-up Chevrolet que iba a servir de contención. La pintamos con guantes, hacíamos todo con guantes, para no dejar impresiones digitales. No sabíamos mucho sobre el asunto pero por las dudas no dejábamos huellas ni en los vasos y en las prácticas, llegamos a limpiar munición por munición con un trapo.

ARROSTITO: La casa operativa era la que alquilábamos Fernando y yo, en Bucarelli y Ballivián, Villa Urquiza. Allí teníamos un laboratorio fotográfico. La noche del 28 de mayo, Fernando lo llamó a Aramburu por teléfono, con un pretexto cualquiera. Aramburu lo trató bastante mal, le dijo que se dejara de molestar o algo así. Pero ya sabíamos que estaba en su casa. Dentro de Parque Chas dejamos estacionados esa noche los dos autos operativos: la pick-up Chevrolet y un Peugeot 404 blanco; y tres coches más que se iban a necesitar: una Renoleta 4L blanca mía, un taxi Ford Falcón que estaba a nombre de Firmenich, y una pick-up Gladiator 380, a nombre de la madre de Ramus. La mañana del 29 salimos de casa. Dos compañeros se encargaron de llevar los coches de recambio a los puntos convenidos. La Renoleta quedó en Pampa y Figueroa Alcorta, con un compañero adentro. El taxi y la Gladiator cerca de Aeroparque, en una cortada, el taxi cerrado con llave y un compañero dentro de la Gladiator.

En el Peugeot 404 subieron Capuano Martínez, que iba de chofer, con otro compañero, los dos de civil pero con el pelo bien cortito y detrás, Maza con uniforme de capitán y Fernando Abal, como teniente primero.

MARIO: Ramus manejaba la pick-up Chevrolet y la "flaca" (Norma) lo acompañaba en el asiento de adelante. Detrás iba un compañero disfrazado de cura, y yo con uniforme de cabo de la policía.

ARROSTITO: Yo llevaba una peluca rubia con claritos y andaba bien vestida y un poco pintarrajeada. El Peugeot iba adelante por Santa Fe.

Dobló en Montevideo, entró en el garaje. Capuano se quedó al volante y los otros tres bajaron. Le pidieron permiso al encargado para estacionar un ratito.

Cuando vio los uniformes, dijo que si enseguida. Salieron caminando a la calle y entraron en Montevideo 1053.

Nosotros veníamos detrás con la pick-up. En la esquina de Santa Fe bajé yo y fui caminando hasta la puerta misma del departamento. Me paré allí. Tenía una pistola.

MARIO: Nosotros seguimos hasta la puerta del Champagnat y estacionamos sobre la vereda. "El cura" y yo nos bajamos. Dejé la puerta abierta con la metralleta sobre el asiento, al alcance de la mano. Había otra en la caja al alcance del otro compañero. También llevábamos granadas.

Ese día no vi al cana de la esquina. Mi preocupación era que hacer si me aparecía ya que era "mi superior", tenía un grado mas que yo. Pasaron dos cosas divertidas. Se arrimó un Fiat 600 y el chofer me pidió permiso para estacionar. Le dije que no. Quiso discutir: -¿Y porque la pick-up sí?. Le dije -Circule!. Se fueron puteando.

En eso pasó un celular, le hice la venia al chofer y el tipo me contestó con la venia.

De golpe lo increíble. Habíamos ido allí dispuestos a dejar el pellejo, pero no: era Aramburu el que salía por la puerta de Montevideo y el gordo Maza lo llevaba con un brazo por encima del hombro, como palmeándolo, y Fernando lo tomaba del otro brazo. Caminaban apaciblemente.

Una vez adentro

MARIO: Un compañero quedo en el séptimo, con la puerta del ascensor abierta, en función de apoyo.

Fernando y el Gordo subieron un piso más. Tocaron el timbre, rígidos en su apostura militar. Fernando un poco más rígido por la "metra" que llevaba bajo el pilotín verde oliva.

Los atendió la mujer del General. No le infundieron dudas: eran oficiales del Ejército. Los invitó a pasar, les ofreció café mientras esperaban que Aramburu terminara de bañarse.

Al fin apareció sonriente impecablemente vestido. Tomó café con ellos mientras escuchaba complacido el ofrecimiento de custodia que le hacían esos jóvenes militares. A Maza le descubrió enseguida el acento: -Usted es cordobés. -Si, mi general.

Las cortesías siguieron un par de minutos mientras el café se enfriaba, y el tiempo también y los dos muchachos agrandados se paraban y desenfierraban, y la voz cortante de Fernando dijo:

-Mi General, usted viene con nosotros.

Así. Sin mayores explicaciones. A las nueve de la mañana.

¿Si se resistía? Lo matábamos. Ese era el plan, aunque no quedara ninguno de nosotros vivos.

Afuera

MARIO: Pero no, ahí estaba, caminando apaciblemente entre el Gordo Maza que le pasaba el brazo por el hombro, y Fernando lo empujaba levemente con la metra bajo el pilotín.

Seguramente no entendía por nada. Debió creer que alguien se adelantaba al golpe que había planeado, porque todavía no dudaba que sus captores eran militares.

Su mujer había salido. De eso me entere después, porque no recuerdo haberla visto.

Subieron al Peugeot y arrancaron hacia Charcas, dieron la vuelta por Rodríguez Peña hacia el Bajo, y nosotros detrás.

El viaje

MARIO: Cerca de la Facultad de Derecho detuvieron el Peugeot y trasbordaron a la camioneta nuestra. Capuano, la Flaca y otro compañero subieron adelante, Fernando y Maza con Aramburu, atrás. Allí se encontró por primera vez con "el cura" y conmigo. Debió parecerle esotérico: un cura y un policía; y el cura que en su presencia empezaba a cambiarse de ropa. Se sentó en la rueda de auxilio. No decía nada, tal vez porque no entendía nada. Le tomé la muñeca con fuerza y la sentí floja, entregada. Maza, "el cura", la Flaca y otro compañero se bajaron en Pampa y Figueroa Alcorta, llevándose los bolsos con los uniformes y parte de los fierros. Fueron a la casa de un compañero a redactar el Comunicado número uno. Quedaron Ramus y Capuano adelante, Aramburu, Fernando y yo atrás, Seguimos hasta el punto donde estaban los otros dos coches. Bajamos, Capuano subió al taxi, y nosotros nos dirigimos a la otra pick-up, la Gladiator, donde había un compañero.

La Gladiator tenía un toldo y la parte de atrás estaba camuflada con fardos de pasto. Retirando un fardo, quedaba una puertita. Por allí entraron Fernando y el otro compañero con Aramburu. Adelante Ramus que era el dueño legal de la Gladiator y yo, siempre vestido de policía. Durante más de un mes habíamos estudiado la ruta directa a Timote, sin pasar por ningún puesto policial y por ninguna ciudad importante. Delante iba el taxi conducido por Capuano, abriendo punta. Un par de walkie-talkies aseguraba la comunicación entre él y nosotros. Otro par entre la cabina de la Gladiator y la caja.

En toda mi vida operativa no recuerdo una vía de escape más sencilla que esta. Fue un paseo. El único punto que nos preocupaba era la Gral. Paz, pero la pasamos sin problemas: no estaba tan controlada como ahora. Salimos por Gaona, a partir de ahí empezamos a tomar caminos de tierra dentro de la ruta que habíamos diseñado. El Río Lujan lo cruzamos por un viejo puente de madera, entre Lujan y Pilar por donde no pasa nadie. Si la alarma se hubiera dado enseguida, creo que igual nos hubiéramos escapado, porque la ruta era perfecta. Tardamos ocho horas en hacer un camino que puede hacerse en cuatro, pero no entramos en ningún poblado ni nos detuvimos a comer o cargar nafta. Para eso estaba el taxi, legal, que traía las provisiones.

Aramburu no habló en todo el viaje salvo cuando los compañeros tuvieron que buscar el bidón en la oscuridad. -Aquí está, dijo.

A la una de la tarde la radio empezó a hablar del presunto secuestro. Ya estábamos a mitad de camino.

Serían las cinco y media o las seis cuando llegamos a LA CELMA, un casco de estancia que pertenecía a la familia de Ramus. El taxi se volvió a Buenos Aires y nosotros entramos. La primera tarea de Ramus fue distraer la atención de su capataz, el vasco Acébal.

Esto no fue fácil porque la casa de Acébal y el casco de la estancia estaban casi pegados y Ramus tuvo que arrinconar al vasco a un costado de la entrada hablándole de cualquier cosa, mientras Fernando y el otro compañero metían a Aramburu en la casa de los Ramus. Ese compañero estaba tan boleado que bajó con la metra en la mano. Pero Acébal no sintió nada y los únicos que aparecimos frente a él fuimos Ramus y yo, que me había cambiado el uniforme de policía.

El Juicio

MARIO: Metimos a Aramburu en un dormitorio, y ahí mismo esa noche le iniciamos el juicio. Lo sentamos en una cama y Fernando le dijo:

-General Aramburu, usted está detenido por una organización revolucionaria peronista, que lo va a someter a juicio revolucionarlo.

Recién ahí pareció comprender. Pero lo único que dijo fue:

-Bueno.

Su actitud era serena. Si estaba nervioso, se dominaba. Fernando lo fotografió así, sentado en la cama, sin saco ni corbata, contra la pared desnuda. Pero las fotos no salieron porque se rompió el rollo en la primera vuelta.

Para el juicio se utilizo un grabador. Fue lento y fatigoso porque no queríamos presionarlo ni intimidarlo y el se atuvo a esa ventaja, demorando las respuestas a cada pregunta, contestando. "no sé", "de eso no me acuerdo", etc.

El primer cargo que le hicimos fue el fusilamiento del General Valle y los otros patriotas que se alzaron con él, el 9 de junio de 1956. Al principio pretendió negar. Dijo que cuando sucedió eso él estaba de viaje en Rosario. Le leímos sílaba a sílaba los decretos 10.363 y 10.364, firmados por él, condenando a muerte a los sublevados. Le leímos la crónica de los fusilamientos de civiles en Lanús y José León Suárez.

No tenía respuesta. Finalmente reconoció:

-Y bueno, nosotros hicimos una revolución, y cualquier revolución fusila a los contrarrevolucionarios.

Le leímos la conferencia de prensa en que el Almirante Rojas acusaba al general Valle y los suyos de marxistas y de amorales. Exclamó:

-Pero yo no he dicho eso!

Se le preguntó si de todos modos lo compartía. Dijo que no. Se le preguntó si estaba dispuesto a firmar eso. El rostro se le aclaró quizá porque pensó que la cosa terminaba ahí. "Si era por esto, me lo hubieran pedido en mi casa", dijo, e inmediatamente firmó una declaración en que negaba haber difamado a Valle y los revolucionarios del 56. Esa declaración se mandó a los diarios, y creo que apareció publicada en Crónica.

El segundo punto del juicio a Aramburu versó sobre el golpe militar que él preparaba y del que nosotros teníamos pruebas, lo negó terminantemente, Cuando le dimos datos precisos sobre su enlace con un general en actividad, dijo que era "un simple amigo". Sobre esto, frente al grabador, fue imposible sacarle nada. Pero apenas se apagaba el grabador compartiendo con nosotros una comida o un descanso, admitía que la situación del régimen no daba para más, y que sólo un gobierno de transición -para el que él se consideraba capacitado para ejercer- podía salvar la situación. Su proyecto era, en definitiva, el proyecto del GAN, que luego impulsaría Lanusse: la integración pacifica del peronismo a los designios de las clases dominantes.

Es posible que las fechas se me confundan, porque los que llevamos el juicio adelante fuimos tres: Fernando, el otro compañero y yo. Ramus iba y venía continuamente a Buenos Aires. De todas manera yo creo que el tema de Evita surgió el segundo día del juicio, el 31 de mayo. Lo acusábamos, por supuesto, de haber robado el cadáver. Se paralizó. Por medio de morisquetas y gestos bruscos se negaba a hablar, exigiendo por señas qua apagáramos el grabador. Al fin, Fernando lo apagó.

-Sobre ese tema no puedo hablar, dijo Aramburu, -por un problema de honor. Lo único que puedo asegurarles es que ella tiene cristiana sepultura.

Insistimos en saber qué había ocurrido con el cadáver. Dijo que no se acordaba. Después intentó negociar: él se comprometía a hacer aparecer el cadáver en el momento oportuno, bajo palabra de honor.

Insistimos. Al fin dijo:

-Tendría que hacer memoria.

-Bueno, haga memoria.

Anochecía. Lo llevamos a otra habitación. Pidió papel y lápiz. Estuvo escribiendo antes de acostarse a dormir. A la mañana siguiente, cuando se despertó, pidió para ir al baño. Después encontramos algunos papelitos rotos, escritos con letra temblorosa. Volvimos a la habitación del juicio. Lo interrogamos sin grabador. A los tirones contó la historia verdadera: el cadáver de Eva Perón estaba en un cementerio de Roma, con nombre falso, bajo custodia del Vaticano. La documentación vinculada con el robo del cadáver estaba en una caja de seguridad del Banco Central a nombre del coronel Cabanillas. Más que eso no podía decir, porque su honor se lo impedía.

Sentencia y ejecución

Era ya la noche del 1ro. de junio. Le anunciamos que el Tribunal iba a deliberar. Desde ese momento no se le habló más. Lo atamos a la cama. Preguntó por qué. Le dijimos que no se preocupara. A la madrugada Fernando le comunicó la sentencia:

-General, el Tribunal lo ha sentenciado a la pena de muerte. Va a ser ejecutado en media hora.

Ensayó conmovernos. Habló de la sangre que nosotros, muchachos jóvenes, íbamos a derramar. Cuando pasó la media hora lo desamarramos, lo sentamos en la cama y le atamos las manos a la espalda. Pidió que le atáramos los cordones de los zapatos. Lo hicimos. Preguntó si se podía afeitar. Le dijimos que no había utensilios. Lo llevamos por el pasillo interno de la casa en dirección sótano. Pidió un confesor. Le dijimos que no podíamos traer un confesor porque las rutas estaban controladas.

-Si no pueden traer un confesor -dijo-, ¿cómo van a sacar mi cadáver?

Avanzó dos o tres pasos más. ¿Qué va a pasar con mi familia? preguntó. Se le dijo que no había nada contra ella, que se le entregarían sus pertenencias.

El sótano era tan viejo como la casa, tenia setenta años. Lo habíamos usado la primera vez en febrero del 69, para enterrar los fusiles expropiados en el Tiro Federal de Córdoba. La escalera se bamboleaba. Tuve que adelantarme para ayudar su descenso.

-Ah, me van a matar en el sótano-, dijo. Bajamos. Le pusimos un pañuelo en la boca y lo colocamos contra la pared. El sótano era muy chico y la ejecución debía ser a pistola.

Fernando tomó sobre sí la tarea de ejecutarlo. Para él, el jefe debía asumir siempre la mayor responsabilidad. A mí me mandó arriba a golpear sobre una morsa con una llave, para disimular el ruido de los disparos.

-General -dijo Fernando-, vamos a proceder.

-Proceda -dijo Aramburu.

Fernando disparó la pistola 9 milímetros al pecho, Después hubo dos tiros de gracia, con la misma arma y uno con una 45. Fernando lo tapó con una manta. Nadie se animó a destaparlo mientras cavábamos el pozo en que íbamos a enterrarlo.

Después encontramos en el bolsillo de su saco lo que había estado escribiendo la noche del 31. Empezaba con un relato de su secuestro y terminaba con una exposición de su proyecto político. Describía a sus secuestradores como jóvenes peronistas bien intencionados pero equivocados. Eso confirmaba a su juicio, que si el país no tenía una salida institucional, el peronismo en pleno se volcaría a la lucha armada. La salida de Aramburu era una réplica exacta del GAN de Lanusse. Este manuscrito y el otro en que Aramburu negaba haber difamado a Valle, fueron capturados por la policía en el allanamiento a una quinta en González Catan. El gobierno de Lanusse no los dio a publicidad.

Primeras operaciones de Montoneros

POR EL RETORNO DE PERON. (1970/1973)

Primeras operaciones y definiciones políticas.

A las 9 de la mañana del 29 de mayo de 1970, dos jóvenes de uniforme militar subieron al apartamento de un general retirado, en el piso octavo de un edificio de la calle Montevideo de Buenos Aires. El motivo de la visita era, le dijeron ofrecerle una custodia. Por el espacio de unos minutos sostuvieron una amable conversación, durante la cual tomaron una taza de café…, hasta que uno de los visitantes dijo de pronto: “mi general, usted viene con nosotros”. Si el general no hubiera creído que sus captores eran, militares, seguramente no habría resistido, pues era un personaje político muy importante: Pedro Eugenio Aramburu, uno de los lideres del golpe que depuso a Perón en 1955 y jefe del régimen militar de 1955 – 1958. No se habría ido con ellos tan tranquilo si hubiera adivinado que el “capitán” que estaba utilizando sus conocimientos adquiridos en la academia militar de Emilio Ángel Maza, que el teniente primero que le acompañaba era Luis Abal Medina y que ambos constituían la jefatura de una guerrilla urbana peronista llamada Montoneros.

Tres días después el general había dejado de existir, y la organización montonera hacía con ello una sensacional aparición en la política argentina. El Operativo Pindapoy, o el “Aramburazo” - que de ambas manera fue llamada la acción -, había requerido un cuidadoso planeamiento, intrepidez y sangre fría por parte de sus autores, pero había conducir, y casi lo hizo, al hundimiento de Montoneros como resultado de su excesiva ambición, de su inexperiencia y de su espíritu aventurero. Por entonces la organización sólo se componía de doce personas, de las cuales diez se comprometieron con el comando Juan José Valle, que llevó a cabo la operación. La infraestructura del grupo era muy débil: tres o cuatro “casas seguras” en la Ciudad de Córdoba; en Buenos Aires , una casa en Munro, compartida por Firmenich y Capuano Martínez, y otra en Villa Urquiza, alquilada por Abal Medina y Arrosito. No pudo contarse con una “cárcel del pueblo” de máxima seguridad para celebrar el “juicio revolucionario” de su víctima antes de la “ejecución” el 1 de junio. En vez de ello, Aramburu fue retenido en La Celma, un casco de estancia que la familia de Ramus poseía en Timote, en el sur de la provincia de Buenos Aires. Fue en todos sentidos una operación del tipo “todo o nada”, mediante la cual los Montoneros esperaban lograr tres objetivos.

El primero consistía en dar a la organización el bautismo público proclamando la responsabilidad de una acción espectacular que tendría repercusiones en todo el país. El hecho de que se produjese el día de primer aniversario del “ Cordobazo” , mientras los militares celebraban el Día del Ejercito, dio más fuerza al impacto y más relieve a la fecha.

En segundo lugar, el Operativo Pindapoy tenía un propósito punitivo. Después de unos judiciales simulados, destinados a establecer la legitimidad de la operación, Aramburu como símbolo principal del antiperonismo, fue sometido a la “a la justicia revolucionaria” por sus ignominiosos actos del pasado. Para muchos el asesinato de Aramburu fue brutal y vengativo, especialmente teniendo en cuenta el tiempo transcurrido entre los “crímenes” y el “castigo”, pero los dos acontecimientos de 1956 habían quedado profundamente grabados en la memoria de los peronistas.
Por paradójico que pueda parecer, la tercera razón que había detrás del “Aramburazo”
fue la de que Aramburu había empezado a conspirar contra el régimen de Onganía.
Los Montoneros habían conseguido un éxito parcial en cada uno de sus objetivos.

El Aramburazo dio a los Montoneros un nombre que se hizo familiar para todo el mundo y fue bien acogido por los peronistas, pero no aclaro por completo la identidad política de la organización.

El segundo objetivo, el de someter a Aramburu a la “justicia revolucionaria”, se logro, pero su impacto potencial no llego a su máxima expresión debido a la restricciones de la libertad de prensa. Previendo ese problema, los Montoneros grabaron una cinta del “juicio” como medida de seguridad.
Finalmente los Montoneros consiguieron cierto grado de éxito en la busca de su tercer objetivo. Onganía fue depuesto por lo altos mandos militares, solo diez días después de que el Aramburazo sacudiera a la Argentina.
Los montoneros se vieron obligados a realizar un segundo golpe espectacular, para demostrar que podían desafiar constantemente el régimen. Así, el 1 de junio cuatro unidades montoneras mandadas por Emilio Maza ocuparon la población cordobesa de La Calera. Unos veinticinco combatientes Montoneros, se apoderaron del banco local, de la comisaría de la policía y del ayuntamiento después de haber destruido los equipos de comunicaciones de las oficinas de telégrafos y correos. Fueron sustraídos 26.000 dólares al banco. Las armas perdidas en el curso del atraco anterior al mismo, fueron recuperadas de la comisaría, en la que los policías fueron encarcelados y obligados a cantar la marcha peronista.
Inspirada en la ocupación de Pando, en 1969, por los Tupamaros uruguayos, esa primera operación militar importante de la guerrilla urbana argentina fue bien planeada y perfectamente sincronizada, pero la retirada resultó mal. Luís Lozada y José Fierro fueron capturados por la policía; el primero de ellos herido. Gracias a la información presuntamente extraída, la policía se dirigió a la casa de un barrio de Córdoba llamado Los Naranjos, donde los Montoneros sufrieron las primeras bajas. Después de un tiroteo en el que Maza fue mortalmente herido e Ignacio Vélez lesionado de gravedad en la columna vertebral. Tres mil personas asistieron al entierro de Maza.

Las pérdidas fueron tremendas: aparte del comandante Maza, los montoneros perdieron armamento, bases, una lista de contactos de 167 nombres, que se encontró en la casa de Vélez, y buena parte de su seguridad organizativa.

Los Montoneros estuvieron a punto de ser aniquilado en julio – agosto 1970. Los salvo de la extinción, ante todo, la ayuda y protección que les presto la organización guerrillera urbana peronista, las FAP.

Las principales figuras montoneros permanecieron escondidas en un par de casas de Buenos Aires prestadas por las FAP. Las operaciones se reanudaron el 1 de septiembre, cuando Abal Medina, Ramus y otros sustrajeron de la sucursal del Banco de Galicia y Buenos Aires de Ramos Mejía la suma de casi 36.000 dólares, pero el 7 del mismo mes la organización sufrió nuevos descalabros. Ese día, designado después como “ Día del Montonero”, cinco de los principales miembros celebraría una reunión, en la pizzería La Rueda. Su servicio de seguridad, sólo compuesto por Ramus, apostado en un coche en el exterior, no pudo evitar que los guerrilleros fueran rápidamente atrapados después de que el dueño del lugar denunciara a la policía de su presencia. Abal Medina y Ramus, murieron juntos durante el tiroteo resultante, Luis Rodeiro fue detenido, pero Sabino Navarro y un quinto guerrillero consiguieron escapar después de quedarse sin municiones.

La muerte de Abal Medina y Ramus, provocó la primera manifestación pro-Montoneros, llevada a cabo por mil jóvenes en le poblado de barracas de Barrio Casas del 14 de septiembre, y el 7 del mismo mes paso a formar parte del calendario de la izquierda peronista como fecha en que se celebrarían manifestaciones anuales.

domingo, 4 de noviembre de 2007

>Biografía de Aramburu


Pedro Eugenio Aramburu Cliveti Image:Aramburu2.jpg

Biografía

Nació en la provincia de Córdoba, siendo sus padres Carlos Aramburu Núñez y Leocadia Clivet o Cilveti.

Inspirador de la llamada Revolución Libertadora que derrocó al gobierno constitucional de Juan Domingo Perón el 16 de septiembre de 1955, reemplaza como presidente de facto a Eduardo Lonardi, quien pretendía una conciliación con el peronismo. Mantuvo como cuerpo asesor la "Junta Consultiva" que creara Lonardi, formada por partidos de la oposición al peronismo. En 1957 se convocaron elecciones para una Convención Constituyente, en un marco de proscripción del peronismo. Estas elecciones provocaron la división de la Unión Cívica Radical al consolidarse un sector acuerdista con el peronismo, liderado por Arturo Frondizi. Al retirarse los constituyentes de Frondizi, la Asamblea Constituyente se limitó a recuperar el texto de 1853 y a reunir en el artículo 14 bis un conjunto de derechos sociales.

Uno de los principales objetivos de la Revolución Libertadora fue la "desperonización del país", por lo que se persiguió a los funcionarios del régimen derrocado, se intervino la CGT, se destruyeron todos los símbolos del peronismo que habían sido incorporados al aparato del estado y se llegó a prohibir la sola mención del nombre de quien pasó a ser llamado el "tirano prófugo" o bien "el dictador depuesto". El peronismo contestó con una serie de huelgas y sabotajes, iniciando lo que dio en llamarse la Resistencia Peronista.

El 9 de junio de 1956, el general Juan José Valle lideró un levantamiento insurreccional con el objetivo de restaurar el gobierno constitucional de Perón. El intento fue rápidamente sofocado, siendo fusilados sin debido proceso legal su cabecilla y otros 17 militares, así como unos 15 civiles en lo que el escritor Rodolfo Walsh llamó más tarde la Operación Masacre.

A pesar de que el gobierno militar hizo ingresar al país en el Fondo Monetario Internacional, no deshizo inmediatamente todo el esquema proteccionista típico de las décadas anteriores. Por el contrario, la Junta Nacional de Granos y la Junta Nacional de Carnes tomaron el control de la exportación de estos productos, se creó el Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria y una empresa estatal para la explotación de carbón en Río Turbio y se inauguraron usinas y oleoductos.

Finalmente, Aramburu convocó a elecciones que fueron ganadas el 23 de febrero de 1958 por Arturo Frondizi (quien recibió los votos del proscripto peronismo), a quien entregó el poder el 10 de mayo del mismo año, retirándose a continuación del ejercicio activo de la profesión militar.

En las elecciones de 1963, con el peronismo proscripto, se presentó como candidato a presidente por la Unión del Pueblo Argentino, obteniendo el tercer lugar en número de sufragios. El Colegio Electoral nombró luego como presidente a Arturo Umberto Illia que obtuvo el 22 por ciento de los votos.

Pedro Eugenio Aramburu fue secuestrado el 29 de mayo de 1970 en la primera acción pública de la organización político militar Montoneros. En cautiverio, fue acusado por su accionar durante el Golpe de Estado del 55, y los fusilamientos de José León Suarez de 1956. La organización Montoneros denominó las acusaciones "juicio popular" (aunque Aramburu no tuvo la posibilidad cierta de ejercer su defensa) y lo condenó a muerte. Aramburu fue muerto por Fernando Abal Medina de un tiro de pistola en el sótano de una quinta en la localidad de Timote (partido de Carlos Tejedor, provincia de Buenos Aires).

Carrera militar

Comenzó sus estudios en el Colegio Militar de la Nación, alcanzando sucesivamente los grados de Subteniente (1922), y Mayor (1939). Fue profesor de la Escuela de Guerra en 1943. General de Brigada en 1951 y Comandante en Jefe del Ejército en 1955, fue ascendido a Teniente General en 1958.